Recibir la llamada de un abogado nunca es bueno, pero cuando es para notificarte que has heredado de tu padre un cajón la cosa cambia. Con lo que no contabas era con la retórica del léxico legal porque en realidad el cajón no era parte de ningún armario o de una mesa sino más bien era un cajón de cartón, es decir, una caja grande.

Aunque por fuera parece intacta uno nunca sabe lo que puede haber ahí dentro. No sería la primera vez que alguien se encuentra a unos parientes de Mickey Mouse royendo todo lo rohible o a los habitantes del mundo arácnido llenándolo todo de telarañas. Por suerte, nada de eso hay al mirar dentro de la caja, a pesar de que el polvo acumulado en su tapa te haya hecho estornudar un par de veces. Menos mal que solo eres alérgico al trabajo mal pagado y a las ofertas con letra pequeña.

Tu siguiente paso será averiguar qué puede haber ahí dentro que pese tanto porque de lo único que estás seguro es que no se trata del legado de conocimiento que te prometió tu padre. Algo así sólo ocupa espacio en la conciencia de uno y hace que eches de menos cuando ibas al gimnasio a fortalecer esos músculos que ahora te piden a gritos un descanso, después de estar aguantando en brazos tu herencia.

Además, en todo esto hay algo que te inquieta mucho más y es el hecho de no haber sabido nunca de la existencia de este cajón. A pesar de que algunos consideran este tipo de noticias cómo la sal de la vida, para ti no dejan de ser microinfartos de emoción que en un corazón joven incluso los disfrutarías, pero a tu edad, cuanta menos sal, mejor.

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